El viento soplaba frió esa noche, azotando las puertas de las casas de piedra de una de las ruinas del sur. Un obscuro perro caminaba solitario en dirección hacia la antigua catedral manchada por la huella de un antiguo asedio, y desgastada por el paso del tiempo. El can se detuvo un momento frente a la iglesia y finalmente entro.
Avanzo por el frío suelo de piedra de la maltrecha iglesia y, a medida que el perro avanzaba, su apariencia cada vez más dejaba de parecer la de un perro, y cada vez más se paresia a la de un joven y apuesto humano. El ser avanzo, irguiendo su postura, perdiendo pelo y transformando su cuerpo. Al llegar frente al confesionario, ya no se traba de un animal, si no de un humano, de cabellos rojizos y desmechados. Se acerco aun más al cuartillo, y abrió la puerta. Ahí estaba, la vieja y enmohecida escalera que levaba a los subsuelos de la ciudad. Bajo sin titubear, esperando encontrar lo que andaba buscando.
Avanzo por el frío suelo de piedra de la maltrecha iglesia y, a medida que el perro avanzaba, su apariencia cada vez más dejaba de parecer la de un perro, y cada vez más se paresia a la de un joven y apuesto humano. El ser avanzo, irguiendo su postura, perdiendo pelo y transformando su cuerpo. Al llegar frente al confesionario, ya no se traba de un animal, si no de un humano, de cabellos rojizos y desmechados. Se acerco aun más al cuartillo, y abrió la puerta. Ahí estaba, la vieja y enmohecida escalera que levaba a los subsuelos de la ciudad. Bajo sin titubear, esperando encontrar lo que andaba buscando.